Siempre siento una cierta incomodidad, una cierta fatiga, cuando tengo que hablar de la oración, porque me parece que la oración es una realidad de la cual no se puede hablar: se puede invitar a orar, exhortar a orar; aconsejar… La oración es algo tan personal, tan íntimo, tan nuestra, que se hace difícil hablar de ella juntos, a menos que el Señor nos ponga a todos en un clima de oración.
Entonces quisiera comenzar con una oración. Quisiera decir así:
«Señor, tú sabes que yo no sé orar, y entonces, ¿cómo les puedo enseñar a otros algo sobre la oración? Solamente Tú, Señor, sabes orar. Tú oraste en la montaña, durante la noche. Tú oraste en las llanuras de Palestina. Tú oraste en el huerto de tu agonía. Tú oraste en la Cruz. Solamente Tú, Señor, eres el Maestro de la oración. Y a cada uno de nosotros nos diste, como Maestro personal, al Espíritu Santo. Pues bien, solamente confiando en ti, Señor, Maestro de oración, adorador del Padre en espíritu y en verdad, solamente confiando en el Espíritu que habita en nosotros, podemos tratar de decir algo sobre la oración, de exhortarnos mutuamente, para intercambiar algún don tuyo, respecto de esta maravillosa realidad. La oración es la posibilidad que tenemos de hablar contigo, Señor Jesús, salvador nuestro, de hablar con tu Padre y con el Espíritu y de hablar con sencillez y verdad.
Madre nuestra, María, Maestra de oración, ayúdanos, ilumínanos, guíanos en este camino que recorriste entes que nosotros conociendo a Dios Padre y su voluntad».
Carlo Maria Martini